3/25/2013






Si emprendemos el camino espiritual es para terminar con la grotesca tiranía del ego, pero la capacidad de este para encontrar recursos es casi infinita y en cada etapa es capaz de sabotear y batir nuestro deseo de vernos libres de él. La verdad es sencilla, las enseñanzas son muy claras, pero, como he podido observar con gran tristeza en numerosas ocasiones, en cuanto empiezan a influir en nosotros y a motivarnos, el ego intenta complicarlas porque sabe que lo amenazan en lo más fundamental.

Al principio, cuando empezamos a sentirnos fascinados por el camino espiritual y todas sus posibilidades, hasta es posible que el ego nos aliente: ‘Esto es maravilloso, ¡es justo lo que te conviene! ¡Esta enseñanza es muy sensata!’.

Luego, cuando decimos que queremos probar la práctica de la meditación o hacer un retiro, el ego canturrea:’!Qué gran idea!, Yo también iré contigo. Los dos podremos aprender algo’. Durante el periodo de luna de miel de nuestro desarrollo espiritual, el ego no cesará de estimularnos: ‘Es maravilloso. Qué sorprendente, que enriquecedor…..’

Pero cuando entramos en el período que yo llamo de ‘fregadero de cocina’ del camino espiritual y las enseñanzas empiezan a hacernos profundo efecto, es inevitable que nos veamos cara a cara con la verdad de nosotros mismos. Cuando el ego queda al descubierto, se le pone el dedo en la llaga, comienzan a surgir toda clase de problemas. Es como si nos pusieran delante de un espejo del que no podemos apartar los ojos.

El espejo está absolutamente limpio, pero en él hay un rostro feo e iracundo que nos devuelve la mirada: el nuestro propio. Empezamos a rebelarnos, porque nos disgusta lo que vemos; incluso es posible que nos volvamos contra el espejo y lo rompamos en pedazos, pero sólo conseguiremos que haya cientos de caras feas que siguen mirándonos.

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